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Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, Pedagogo y Escritor Al revisar la obra de Sergio Arrau Santa María del Salitre podemos verificar los antecedentes históricos que... Santa María del Salitre

Iván Vera-Pinto Soto/ Cientista Social, Pedagogo y Escritor

Al revisar la obra de Sergio Arrau Santa María del Salitre podemos verificar los antecedentes históricos que demuestran que fueron  los factores sociales y económicos adversos los que gatillaron la necesidad de organizar y movilizar conjuntamente a la gran masa de los trabajadores salitreros, en diciembre de 1907. Pero, las voces de los pampinos no son escuchadas por el Estado y sus autoridades dan la espalda a sus demandas.

Bravo Elizondo, en el prólogo del texto, comenta: “Si un literato hubiese querido proyectar el símbolo del abandono de esos hombres y su causa, por las autoridades regionales y capitalinas, no podría haber utilizado mejor metáfora que una gran bandera aplastándolos y no protegiéndolos, como ciudadanos.” (VIII). Por ende, no parece desmedido interpretar el símbolo de la bandera al final del texto como una expresión de un estado de disconformidad más profunda con el orden social imperante, y una palpable falta de legitimidad del Estado chileno frente a la masa trabajadora.

Ante la intransigencia patronal, el 10 de diciembre de 1907, más de 15 mil obreros pampinos de una treintena de Oficinas Salitreras adhirieron a la paralización de actividades y marcharon hacia Iquique para exigir el cumplimiento de sus demandas básicas.   Así, los obreros salitreros caminaron, como en ritual de muerte, por el desierto en caravana hasta Iquique, con la esperanza latente de encontrar una solución a su conflicto. “Vamos al puerto-dijeron-vamos/con un resuelto y noble ademán/ para pedirles a nuestros amos/otro pedazo, no más de pan” (47) .En el trayecto de la pampa a la ciudad sufrieron el asedio de muerte de la clase patronal, la cual intentaba minar su fuerza y moral.

Obrero 1: Apenas nos acercamos a una oficina, cierra la pulpería al tiro ¿Qué creen? ¿Qué las vamos a asaltar?

Obrero 2: Ni pan nos quieren vender.

Obrero 3: Ordenes de los patrones, pues

Obrero 4: ¡Qué otra cosa cabía esperar!

Mujer 1: Nos niegan hasta el agua.

Mujer 2: Que nos castiguen a nosotros, ¿pero por qué a los niños? (33)

A su llegada al puerto los obreros recibieron el apoyo de los gremios y la solidaridad de clase. Pero, también, cobraron más fuerza las provocaciones, insultos, falacias, amenazas, violencia y el rechazo de la clase dominante. Todas estas circunstancias van a ser determinantes para el accionar del movimiento. Precisamente la obra representa, entre otros actos represivos, el ocurrido en la estación Buenaventura, el cual arrojó un número de seis víctimas fatales, por parte de los obreros. Sumemos, los patrullajes en las calles de la policía, a caballo y armados de lanzas y sables. La permanencia obligada de los trabajadores y sus familias en la escuela, convertida en el cuartel general de los pampinos. Y, posteriormente, la detención de Salvador, uno de los máximos dirigentes obreros.

De cualquier manera, estas acciones amenazadoras de las tropas y las autoridades no sólo fueron interpretadas por los dirigentes como una práctica de amedrentamiento, sino como el presagio de una represión armada de mayor envergadura. Así lo expresa Liodoro: “Esta tarde se va armar la grande. Tienen todo preparado. Nos van a cazar como palomas en el Hipódromo.” (104). Después lo ratifica Brigg: “Cierran las negociaciones y la represión es inminente. Se dice abiertamente: a las 4 de la tarde” (105)

Así y todo, la muerte acechaba la urbe y perturbaba la conciencia de los obreros, mas, nunca dimensionaron la magnitud de violencia que iba alcanzar, a pesar que Salvador advierte: “Por experiencia sabemos que cuando los ricos sienten amenazados sus intereses…son capaces de cualquier cosa” (32).

En el desarrollo argumental, se  puede advertir que el escritor de cara a la muerte violenta, representa a los obreros como arquetipos victimizados y a las autoridades civiles y militares, como símbolos del poder opresor y victimario “ El Africano quiere/ser Presidente para esquilmar al pueblo/horriblemente” (107) “¿Piensa dispararnos, general? ¿Será capaz de ese crimen?”, interroga el obrero. “Obedezcan o los ametrallo” (113), intimida el General. “Los obreros siempre somos víctimas. Siempre somos defraudados por patrones y autoridades” (113)

Como resultante, los pampinos aparecen como defensores de la vida y los oligarcas como portadores de la muerte. Esta tensión se confirma en el siguiente contrapunto: “Benditas víctimas que bajaron desde la Pampa, llenas de fe, y a su llegada lo que escucharon voz de metralla tan sólo fue:” (88) En contraste, el empresario, Richardson, amenaza: “Hay que devolverlos a la Pampa. ¿Cuál es el lema del escudo de este país? Por la razón o la fuerza. ¡Qué hermoso lema! Rotundo…” (99).” Vi, por lo tanto, que no había más recursos que el del empleo de las armas de fuego, para obtener un resultado eficaz y ordenador” (115) Penosamente, al igual que en otras experiencias implacables de la burguesía de la época, la decisión fue tomada y sin retraso fue aplicada para el infortunio de los huelguistas.

En el mismo plano, podemos distinguir que el artífice, plasma a  la ciudad como un espacio paradójico, donde se amalgaman dos realidades opuestas: por una parte, la muerte de los obreros y, por otra, la dicha de la burguesía vencedora. “Año Nuevo, 1908, en Iquique. La ciudad ha vuelto a ser alegre. Hay banquetas. Y en las plazas tocan las bandas militares piezas.” (119) “Pero el pueblo ¿Viene de hospital?” (119) “Los heridos han muerto en proporción tremenda” (119) En el fondo, es una alegórica concentración del edén y el averno.

Otro aspecto interesante que revela el trabajo escritural es la existencia de dos miradas frente a la inminente tragedia. Mientras algunos exhiben una natural actitud de resignación, fatalismo y entrega al final infalible. “Capacito que nos fusilen” (46). “La ciudad parece cementerio. Da miedo…” (108) Otros, contrariamente, manifiestan su convicción que la muerte les da significación a sus vidas. “Todos…Están esperando. ¿No oyen que me llaman? Quieren que yo…continúe lo que ellos…” (118)  De estos dos polos opuestos pueden inferirse dos morales encontraste: por una parte, la actitud hacia la muerte es la aceptación estoica de lo inevitable y, por otra, la glorificación idealista de la muerte.

Pues bien, la historia y la obra nos enseñan que la gran masa obrera tomó decididamente una opción: atrincherarse en la escuela y resistir hasta las últimas consecuencias. Es decir, morir por sus reivindicaciones e ideales. Incluso los sobrevivientes reconfirman su espíritu de lucha en el páramo que los cobija. “Pienso que la cosa no es irse, sino pelearla para que esto cambie. Es decir, la mala situación de los trabajadores” (6) “Pero nosotros estamos vivos y podemos cambiar las condiciones de este planeta muerto” (10). ”Yo no partiré de aquí. Hasta pensé en tirarme al agua, pero sería…como faltarle” (117). “Aquí está la vida. Está…ella. Y los compañeros…Todos están esperando ¿No oyen que me llaman? Quieren que yo…continúe lo que ellos…Es como mucho para mí. No sé si podré…pero haré lo que pueda.” (118).  “Yo también. Tengo una deuda que cumplir…Al menos serviré para contar…para acusar, qué barbaridad. Me vuelvo a la Pampa ahora mismo”. (118). Pese al escenario de muerte, las pláticas involucran dos compromisos: El primero, una predisposición a continuar la batalla por una vida mejor y, el segundo, un juramento solidario de clase que implica la idea que los caídos permanecerán eternamente en la memoria del colectivo.

Bajo ese paradigma, podemos deducir que el obrero es plasmado como un sujeto social, político e histórico que enfrenta su fatal destino hermanado en un sentimiento genuino: el internacionalismo proletario. De acuerdo a esta hipótesis, colegimos que la muerte en el pampino representa un sometimiento heroico que lejos de aniquilarlo, le abre caminos para librarse de las cadenas de opresión. En efecto, Arrau interpreta fielmente el significado que tuvo para los trabajadores su inmolación, idealiza la pasión sacrificial, “purifica” su brutalidad y ve en ella una prueba de unidad, de esperanza y de una comprensión más profunda, pues transmuta la voluntad del colectivo. No obstante, los responsables de la masacre no quedan absueltos de toda culpa por el crimen capital. “Pido venganza por el valiente que la metralla pulverizó/ pido venganza por el doliente/ huérfano y triste que allí quedó. (117). “Baldón eterno para las fieras/ masacradoras sin compasión/ queden manchadas con sangre obrera/ como una estigma de maldición.” (101)

Este concepto de “liberación”  a través del sacrificio heroico queda grabado en la alusión de la siguiente estrofa:

Huérfano gime el pueblo

Bajo cadena,

Pero tiene en el pecho

Una promesa.

Una promesa, sí,

Que llegará

Vendrá como una flor

La libertad (118)

Este canon textual revela que a pesar de la angustia honda, el espíritu de rebeldía y la esperanza subsisten y, por consecuencia, la promesa de socavar el modelo social explotador y los valores de la burguesía se mantiene más fuerte que nunca, pese que hay que reconocer que el movimiento huelguístico fue esencialmente reivindicativo.

La estrofa aludida es una alegoría revolucionaria que intenta generar una acción social desde la codificación de los valores culturales de su contexto y, específicamente, de la perspectiva de vida que el movimiento obrero propaga. En esa letra, teñida con matices heroicos y esperanzadores, surge la imagen del trabajador con más decisión que desespero ante la muerte.

Esto puede ayudar a explicar que la muerte para el trabajador – sin proponérselo de manera juiciosa – no simboliza el final sino el comienzo de una nueva historia de lucha, por tanto el cuerpo que vivía antes dominado por el sistema capitalista, ya no tiene mayor valoración, puesto que por su carácter temporal éste dejó de ser la vida real y es el pensamiento libre o consciencia que se sobrepone a la dominación social y a la misma muerte.

No es antojadizo aseverar que una vez ocurrida la matanza, es el sentimiento libertario que abraza el obrero el que conquista la verdad, enfrentando al sistema capitalista e irradiando una fuerza sorprendente (la lucha mancomunada) que evita que la vieja sociedad destruya el sentimiento de esperanza y permita reanudar con más fuerza el camino hacia una nueva realidad, aunque ellos no la alcancen a ver. Entonces, el obrero admite la posibilidad que la muerte pueda otorgarle una “inmortalidad histórica”Tal perennidad representa una manera de afirmación como clase social más allá de la muerte y como una negación del carácter definitivo de ésta. A su vez, dicha categoría conduce al nacimiento del mito o modelo que adoptará la impronta de “héroe”, en este caso del pueblo.   .

Esta mitificación del obrero asesinado, como fuente de significación simbólica, se convierte posteriormente en un elemento primordial en la historia del movimiento obrero nacional, pues permite transmutar la derrota en un factor de victoria futura.

El texto dramático concuerda que el obrero, sin pretender explícitamente ser un héroe, no se oculta a la muerte, no huye ni disimula ante ella, porque para él ella no está desprovista de sentido. Consecuente con este raciocinio, un líder interpela a sus compañeros: “… ¿Somos o no somos dirigentes?  Sí lo somos, debemos estar en nuestro puesto, sufrir la misma suerte de las bases…” (118). Otro dice: “… La situación es desesperada, pero mantengámonos serenos…” (118) Y ante el inminente peligro, una mujer afirma categóricamente: “…de aquí no nos movemos. ¿No es cierto, compañeros? “(111). Los diálogos reviven el arrojo de Luis Olea, un dirigente obrero histórico que se desnudó el pecho para increpar a los soldados, diciéndoles: “Si quieren la sangre del pueblo, aquí está la mía” (XII y XIII).  Podemos sostener que en esa coyuntura la muerte no se traduce en un hecho brutal, sin verdad, pues contiene un objetivo noble y significativo.

Al anteponer el obrero su resistencia pacífica a la violencia patronal, decide en conciencia su muerte y con ello se hace inmortal en el imaginario de su colectivo y adquiere el poder de dar sentido y verdad a su propia muerte, transmutándolo en un héroe que habita entre la frontera de la vida y la muerte.    “Creo que lo oyó bien claro, coronel. La Asamblea decidió hace ya dos horas que no nos moveremos de la Escuela” (111) Como resultado, la muerte se convierte simbólicamente en “luz y sombra” en relación con la vida, aspectos básicos para entender su existencia y satisfacer sus intereses de clase.

Continuando la especulación inicial, podemos sostener que la idea de la muerte  responde básicamente a un concepto sociopolítico que convierte las condiciones objetivas o la violencia estructural  que vive el obrero en la matriz para generar una percepción emancipadora de la muerte, cuyo ideario es en definitiva conseguir una sociedad ideal sobreponiéndose a la masacre.

Un obrero: No hay que echarse a morir compañero. Porque esto no ha terminado. Ya verán, ya verán…

Otro obrero: ¿Y quién dijo que había terminado? Recién está comenzando. Volvamos a la Pampa a apechugar, compañero. A tirar pa´delante. ¡Llegará el día! (119)

Interesantes son también otros diálogos donde se refuerza la intencionalidad de hacer memoria del sacrificio obrero.

Actor 1: ¿Podrá alguien olvidar estos sucesos?

Actor 2: Nadie lo perdonará nunca.

Actor 3: No olvidaremos (118-119)

Un punto de inflexión de la obra es el momento que la autoridad les ordena desalojar la escuela y volver a los campamentos, como condición para continuar las negociaciones, pero  los obreros se resisten. A esa altura, se decreta el estado de sitio. Las fuerzas armadas cercan a los trabajadores en el establecimiento educacional y a las 3.45 del fatídico 21 de diciembre se da la orden de fuego que sepulta en un baño de sangre las aspiraciones y los sueños de los asalariados.

En las escenas finales la muerte se exhibe con realismo crudo, sin adornos ni eufemismo, y ciñéndose rigurosamente a los hechos ocurridos. En ese evento, el General, sin tapujos, detalla la esencia castrense que operó para aniquilar físicamente a los huelguistas: “…traté de imponer a los huelguistas el respeto y sumisión. Hice avanzar dos ametralladoras del crucero Esmeralda y las coloque frente a la Escuela con puntería fija a la azotea en donde estaba reunido el comité directivo de la huelga.” (112)

Ante el miedo atávico que sentía la oligarquía por los obreros organizados, Silva Renard cumple la orden y desata una brutal carnicería, en donde el hedor a sangre sobreexcita a las bestias del capital. Después el escenario queda vacío, en él solamente imaginamos espectros que se dibujan en la nada misma, reflejo de aquella escuela que quedó muda e impávida frente a la siniestra muerte. Transcurridas las horas llegan las carretas con los sepultureros a echar cal a los anónimos sepultados en una fosa común para que se olviden de ellos y nunca los nombren en la historia. Al punto, la muerte es usada como un instrumento simbólico de dominación utilizado por los capitalistas, pues para los pobres su lugar está en las fosas comunes, ni siquiera les dan un lugar digno donde yacer. Por lo mismo, el Coronel ordena: “…lleven a los muertos al Cementerio No 2. Están las fosas listas” (116). A todas luces, la dignidad no es respetada ni protegida en la muerte, pues, para los patrones, los obreros no tenían sentido de humanidad, ya que ellos representaban meros delincuentes, ignorantes y revoltosos.

No hay duda, el objetivo de la masacre fue infundir el terror para que los trabajadores no siguieran el ejemplo de los huelguistas. Pese a todo, lo único que nos queda del relato heredado son las expresiones de dolor y vergüenza que manan de los sobrevivientes. “¡No soy más chileno! ¡Me voy de aquí…Gobierno asesino! ¡Me voy de Chile para siempre!” (117) “Los heridos han muerto en proporción tremenda” (119) “Es como que les faltara voluntad de vivir. Que los hayan herido soldados de su misma patria” (119).

Los diálogos anteriores manifiestan el carácter trágico de la masacre, otorgando preponderancia al papel referencial, no obstante, los papeles apelativos y expresivos también gozan de primacía. En tal orden, para los personajes la masacre representa la mayor desgracia sufrida por el movimiento obrero y la relación de poder abusivo y destructivo de un Estado que ampara los intereses del empresariado salitrero.

De manera concluyente: la escuela termina por convertirse en el espacio del sacrificio. En ese territorio, el Narrador, quien encarna al pueblo, se convierte en una  suerte de fantasma obrero que recorre su historia colectiva para revivirla, recrearla y hacerla perennemente presente como testimonio concreto de que el sacrificio de los pampinos no ha sido en balde.

No es dificultoso descubrir que el escritor apuesta por un mensaje de esperanza, enarbolando las banderas que los pampinos portaron en su marcha hacia Iquique. Tampoco es gratuito que sugiera que la bandera blanca que cubre el cadáver de Estela, se reemplace por una bandera roja, símbolo de la sangre obrera derramada. Es claro que el dramaturgo toma partido, consecuente con su propio discurso.

Pero, nótese, en un nivel alto de abstracción del escrito, no hay nada más invencible que la sangre derramada por los inocentes, ella es fuerte, aflora y mancha la caliza con su tinte rojo; se desparrama por las calles de tierra para que no releguen al olvido a los muertos, a los asesinados, a los mártires  masacrados en ese día infausto.

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