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Haroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación. Muchos de nuestros políticos profesionales han llamado a las elecciones primarias de este domingo “una fiesta de... «Fiesta de la Democracia»… a propósito de las primarias

foto-haroldo  cometarioHaroldo Quinteros Bugueño/ Profesor universitario. Doctor en Educación.

Muchos de nuestros políticos profesionales han llamado a las elecciones primarias de este domingo “una fiesta de la democracia.” En otras palabras, la jornada electoral de este fin de semana –que, obviamente, pagan todos los chilenos, crean en ella o no- sería una prueba contundente de lo “sana” (palabras de Sebastián Piñera en el extranjero, hace poco) que sería nuestra supuesta democracia.

La obrepción presidencial es evidente, porque Chile, en verdad, no es un país verdaderamente democrático. Se rige por una Constitución Política impuesta al país en un clima de terror de Estado; es fraudulenta, y, por añadidura, hecha de tal modo que no pudiera cambiarse jamás, lo que significa la continuidad de un sistema totalmente desigual de distribución del ingreso, una educación clasista y mala para los más pobres, y sistemas de salud y pensiones cuyo fin básico es el lucro y no servir los intereses ni las necesidades de la población.

Al duopolio que cada cuatro años se disputa el poder del gobierno, la Alianza por Chile (la derecha) y la ex – Concertación (hoy “Nueva Mayoría”) más les mueve mantenerse a flote que revertir esta situación. Por una parte, la Alianza, que gobernó en la dictadura, se siente feliz con el sistema; ¿por qué lo van a cambiar, entonces? Y por otra, quienes prometieron solemnemente al país, hace 23 años, hacer todo lo que estuviera a su alcance por cambiarlo, finalmente se sumaron a él. Sentadas estas premisas, nada serio indica que las primarias del domingo sean la tal “fiesta de la democracia.” Por el contrario, quienes voten ese día, lo que harán será dar legitimidad, una vez más, a un perverso sistema electoral, cuyo eje no es la realización de primarias, sino la continuidad del sistema económico, social, jurídico y administrativo vigente, a través del más astuto invento fraguado en dictadura, el inmutable sistema binominal de elecciones.

Excepto Chile, no existe un solo país en Sudamérica en que sus constituciones políticas no hayan sido el resultado de procesos de participación popular y que no hayan culminado, invariablemente, en asambleas constituyentes. Este fenómeno político se ha dado muy especialmente en los países en que se hizo trizas la democracia; es decir, aquellos que como Chile, fueron avasallados por dictaduras fascistas. Aunque así es en todo el subcontinente, en Chile la dictadura chilena sigue viva, a través de la antidemocrática constitución política que ella impuso en el país, y con la intención que lo fuera para siempre. Incluso, países como Brasil, que ya se había dado una constitución democrática luego del fin de la aciaga noche del fascismo, se apresta ahora a introducirle aun más reformas democratizadoras, porque así el pueblo brasileño lo ha exigido en estos días en las calles.

En efecto, la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha anunciado al mundo la realización de un plebiscito que reformará el sistema constitucional del gigante sudamericano, con arreglo a lo que el pueblo decida democráticamente en un plebiscito. Mientras Chile no siga ese camino, y no realice el necesario y urgente plebiscito que vote la correspondiente Asamblea Constituyente, el acto electoral del domingo no será sino, en el mejor de los casos, un tongo que ni siquiera cambiará los nombres de los candidatos ya previstos como ganadores, con toda la costosa parafernalia mediática que la ha acompañado, con “jingles,” grandes carteles y seudo-debates que intentaron infructuosamente darle alguna emoción.

Finalmente, hay un hecho que le restará aun más puntos al escaso valor de estas primarias. Pocos chilenos votarán. En las pasadas elecciones municipales, con voto obligatorio, votó un total de 5.8 millones de electores inscritos. No creo que en esta primaria vote más de la mitad de ese total, porque nadie será perseguido ni multado por no votar, y, a todas luces, son muchos los chilenos que no tienen el menor interés de hacerlo. Hoy, como todo chileno mayor de 18 años está inscrito, el universo electoral en Chile alcanzaría, por lo menos, unos 12 millones de personas.

Ergo, no más de un quinto de los electores inscritos votará, lo que a los ojos de cualquier observador extranjero objetivo, será indicador de un estruendoso fracaso eleccionario. ¡Vaya “fiesta de la democracia” la de este domingo! Mientras tanto, los verdaderos problemas del país y los de sus regiones siguen sin solución. Cientos de miles de estudiantes y trabajadores siguen marchando unidos en todo el país contra el lucro en Educación, por la renacionalización del cobre, más igualdad, y contra las Isapres y las AFP.

Lo hacen voluntariamente, a pie, a pesar del frío, los desalojos de liceos, y faltando al trabajo. Lo peor es que, a diferencia de Brasil, la clase política y gobernante sigue negándose a darles solución. Oír el clamor popular por reformas políticas sería, por fin, la única y verdadera fiesta de la democracia.

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